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Temor dentro de casa

Actualizado: 9 abr 2020


Hablar de violencia en una escala general, nos resulta más tolerable que hacer foco en ver cómo esta puede afectar nuestra vida y entorno cercano, la de mi familia, amigos o vecinos. Esto podemos explicarlo al pensar que hay hechos como, por ejemplo, una guerra, que si no está ocurriendo en nuestro país, muchas veces lo apreciamos como un hecho espantoso, pero lejano a nuestra vivencia del día a día.

En cambio, cuando el campo de batalla es una realidad de tensiones y dolor constante en nuestra vida y/o en la de quienes queremos, debemos entender con valentía, que la violencia, si no es frenada y transformada, atraviesa cada área de nuestra vida, dejando consecuencias dramáticas a corto, mediano y largo plazo.


Se supone, que en el interior de nuestra familia podamos encontrar descanso de tantas tensiones al cuidarnos unos a otros y transitar juntos las distintas etapas de la vida con sus desafíos, al tiempo que cada uno de los miembros va creciendo mientras acompañamos y estimulamos un sano desarrollo grupal e individual.


Sin embargo, en muchísimos casos, la realidad familiar es radicalmente lo opuesto: cifras mundiales constatan que un gran porcentaje de homicidios femeninos es ejecutado por parejas o ex parejas, y a nivel de continente americano, la OPS declara que por año cerca de 140 millones de niñas, niños y adolescentes sufren maltrato físico, sexual y/o emocional.

Cuando se habla de violencia familiar, hay una relación de dominio destructiva que se da desde uno de sus miembros a otro/s, con el objetivo de que este último (adulto o menor de edad) obedezca y se repliegue. En un intento por controlarlo, muchas veces el otro es visto como foco para descargar ira y frustración. ¿El resultado? Una persona menoscabada en su autoestima e imagen, con su singularidad y capacidad de juicio anulada mediante una desconsideración absoluta a sus derechos, libertad y capacidades. Todo a consecuencia del abuso de poder, el cual se ejerce a través de acciones concretas (como veremos a continuación) u omisiones reiteradas (negligencia) produciendo severas consecuencias tanto a nivel físico como psíquico.


Es importante entender que cuando se violenta a otro, de alguna forma también la persona se está violentando a sí misma, es por eso por lo que el camino hacia el cambio y la sanidad con la propia historia de vida y con la forma de vincularse, es necesario tanto para el que violenta como para el que es violentado.


Cuando hablamos de violencia familiar, esta puede ser: hacia la pareja o ex pareja, (en estos casos aplica ser también llamada violencia de género) ya que no necesariamente las personas involucradas tienen que estar viviendo bajo el mismo techo; hacia adultos mayores (padres, suegros), y/o hacia niñas, niños y adolescentes. Es decir que la violencia puede darse a nivel intra-generacional (entre personas de una misma generación) como inter-generacional (entre distintas generaciones).


¿Y LA PERSONA QUE VIOLENTA?


Algo sumamente importante a saber y entender es que la violencia no es transferida genéticamente, sino que es un comportamiento aprendido. Es un proceso por el cual la persona no encontrando formas responsables y saludables de comunicarse o resolver los conflictos que se presentan, ejerce un abuso de poder a través de distintas formas que se ven como justificaciones legítimas.


Numerosas investigaciones constatan que cuando los niños son expuestos reiteradamente a alguno o varios tipos de violencia como los mencionados anteriormente, quedan propensos al aprendizaje de estos patrones conductuales que además generan huellas en lo psíquico similares a los efectos de una guerra; llegándose a transmitir de una generación a otra, lo que hace que muchos niños sometidos a tal situación lo reproduzcan en su juventud o adultez con sus parejas e hijos.


Otra cara de esta dramática realidad es la de aquellos niños que aprenden sobre sumisión e indefensión por el miedo y maltrato, sea porque ellos lo reciben o porque ven que su madre/ padre y/o hermanos son violentados. Esto afectará negativamente sus capacidades, autoestima y la visión que tienen del mundo y de los demás, quedando vulnerables ante personas con un perfil maltratador o rígido. Lo que por ende condicionará el desarrollo de sus años venideros y el tipo de relaciones que establezcan.


La violencia deja huellas muy profundas que, si no se elaboran adecuadamente, quedan abiertas casi permanentemente llevando a la persona que fue violentada y vulnerada en sus derechos básicos, a buscar por un camino de decisiones autodestructivas, la vía para adormecer el dolor de lo vivido. Pero además, si no se pone un freno tajante, el comportamiento violento se perpetua y el comportamiento de indefensión también.


RECUERDA:

  • Tú no eres culpable por la violencia que sufres.

  • La persona que sufre de violencia no está sola.

  • No debes tener vergüenza a la hora de pedir ayuda.

  • Es muy importante que busques en tu país los órganos públicos de justicia y seguridad que puedan asistirte y defenderte.

  • Conserva en tu celular un número de emergencia para poder llamar rápidamente frente a una situación de riesgo.

  • Comparte tu situación con alguien, y en caso de emergencia no dudes en comunicarte por teléfono, esa persona ya sabrá lo que hacer si recibe una llamada tuya y percibe gritos o sonidos sospechosos.


Quizá, esta sea tu historia actual o forma parte de un tramo pasado en tu vida, quizá conoces a alguien que está viviendo algo así en este momento. Lo importante es que, en medio del dolor, la incertidumbre y el peso de eso que cargas en el cuerpo y las emociones, sepas que hay futuro, que hay opciones, que hay esperanza.

Extracto de artículo escrito por Fernanda Lago, Psicóloga / para Vivenciar.net



 

¡QUEREMOS ESCUCHARTE!

 

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