En nuestro mundo caótico de hoy, la familia es acosada por una complicada mezcla de problemas personales y sociales que afectan su bienestar y estabilidad. Por consiguiente, este cuadro familiar indudablemente repercute en la sociedad, organizándose un verdadero “círculo vicioso”. A raíz de esta realidad, los miembros de la familia sufren separación, aislamiento y una dolorosa falta de comunicación. Parece que ya nadie se preocupa por su semejante, comenzando por la pareja misma, pero en el fondo hay un profundo anhelo de conocerse y entenderse. Esta confusión se produce en parte por la falta de orden y compromiso en el hogar y, según muchos expertos, es un factor determinante en los problemas entre padres e hijos y el alto índice de separaciones y divorcios.
Hoy, más que nunca, necesitamos aprender a analizar la formación y estructura de la familia.
La sicología y la medicina moderna hacen énfasis en la importancia de que el bebé, desde el vientre de su madre, ya percibe ternura, aceptación y seguridad del seno familiar en el cual pronto nacerá; desde el vientre materno, el bebé también es capaz de sentir el rechazo y la hostilidad. Cuando nazca, continuará necesitando mucho afecto y apoyo, ya que su tierna vida dependerá de ello. Mientras crezca y se desarrolle, y por todo el resto de su vida, requerirá del amor que su familia le pueda dar.
Esta necesidad de afecto permanente no es ninguna casualidad, ni invento humano. Dios creó la familia para ser co-partícipe de Su creación y tener la función de administrador de la misma, a fin de que nadie se formara ni viviera en un vacío.
Existe en la familia la más íntima relación con otras personas; es allí donde ocurre la enseñanza y la formación del individuo a través de la comunicación, las crisis, el trabajo, y aún en el juego y la diversión. Dios está presente actuando, porque allí estamos nosotros, criaturas con Su imagen y semejanza.
Los miembros de una familia se influyen y moldean mutuamente por medio de la interacción diaria. En cierto sentido, cada miembro es como arcilla viviente en las manos de los demás miembros. La vida familiar refuerza las ideas, actitudes, valores y conducta de cada miembro. Esto sucede de una manera agradable cuando estamos satisfechos y podemos realizarnos en un ambiente de confianza y armonía.
Todo esto es prueba de que tenemos la imagen de Dios. Para Él, somos personas de gran valor. Esta imagen y semejanza merece ser amorosamente moldeada con paciencia, en nosotros y nuestros hijos. Este proceso ha sido delegado al cuidado de la familia para que podamos hacer del nuestro, un mundo justo, lleno de paz y amor.
Dios quiere crear una nueva relación entre Él y nuestra familia para que obtengamos los beneficios de una mejor y más profunda comunicación y una manera de crecer juntos. Jesucristo dio el verdadero sentido de la vida cuando enseñó a sus seguidores sobre el sacrificio que hace el verdadero amor. Él quiere estar presente en medio de nuestras crisis para ayudarnos a tener la constancia y dedicación que convierte esos momentos en oportunidades de acercamiento y reconciliación. Él quiere que enfrentemos la vida con todas nuestras fuerzas; Su presencia hará que todo sea completamente diferente.
Crédito: Extracto del folleto "Cómo tener un Hogar Feliz".
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