En la vida existen ganancias y pérdidas que son muy dolorosas a las que nos resistimos y luchamos contra ellas. Muchas veces, hacemos lo imposible para evitar sufrirlas, aunque en el fondo sabemos que son inevitables, pues son parte de la vida. Para agravar la situación, la sociedad en que vivimos no ayuda a aceptar las pérdidas, ni el dolor ni la frustración que conllevan; pues aquello que nada tiene que ver con el bienestar y la imagen del éxito, es considerado incómodo, malo y se debe hacer todo lo posible por evitarlo, evadirlo (con analgésicos, psicofármacos, alcohol) o eliminarlo por completo.
La manera en que se sufre una pérdida es algo sumamente personal. Cuánto afecta una pérdida depende de muchas circunstancias. Toda persona que haya perdido algo se enfrenta al vacío que deja aquello que ya no está y tendrá que atravesar por un proceso de duelo para obtener su curación, lo que le permitirá recordar con cariño y alegría lo perdido y poder dar gracias por haberlo tenido.
CÓMO ENFRENTAR LAS PÉRDIDAS
Cuando la persona presenta un duelo muy intenso y prolongado, con conductas patológicas necesitará la asistencia de algún profesional o consejero espiritual que ayude en el proceso y acompañe el mismo.
Cada persona reacciona de manera particular ante las pérdidas y ésta reacción va a estar determinada por sus creencias, la personalidad, el ambiente social y en el caso de la pérdida de un ser querido de las circunstancias en que se dio la muerte.
Los especialistas en el tratamiento de la tristeza aseguran que es esencial aceptar abiertamente la dolorosa realidad. Sólo entonces se está en condiciones de iniciar el saludable tratamiento, que consiste en expresar libremente las emociones para recuperar el equilibrio perdido.
Es necesario admitir los sentimientos. La Biblia dice: “Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”. Mateo 5:4 . Un llanto saludable hace las veces de válvula de escape a las tensiones emocionales y facilita afrontar la realidad con toda franqueza. Por el contrario, la represión de los sentimientos agrava el cuadro de quebranto interior. Si se los reprime en un punto surgen en otro; quizás en forma de enfermedad, alteración de la personalidad o inadaptación social. Para superar la tristeza hay que dejarla fluir.
La creencia en la vida más allá de la muerte física. Jesucristo enseñó, practicó y vivió esa creencia. Lo ejecutaron, enterraron su cuerpo, pero resucitó. Y se presentó de manera tan real ante sus discípulos que obró en ellos una profunda transformación. Se hicieron fuertes, y en unión con el Espíritu de Dios, hablaron a todo el mundo sobre la resurrección de Jesucristo y la vida eterna.
La fe en Jesucristo desafía al hombre a creer en una esperanza que no tiene que ver con los aspectos destructivos de la vida, sino con sus facultades creadoras. El apóstol Pablo, aprendió a vivir con esta esperanza: “Pues si nosotros sufrimos, es para que ustedes tengan consuelo y salvación; y si Dios nos consuela, también es para que ustedes tengan consuelo y puedan soportar con fortaleza los mismos sufrimientos que nosotros padecemos. Tenemos una esperanza firme en cuanto a ustedes, porque nos consta que, así como tienen parte en los sufrimientos, también tienen parte en el consuelo.” 2 Corintios 1: 6-7
Dios desea guiarnos para afrontar la realidad de la muerte. Desea enseñarnos sobre la misma, brindarnos consuelo, esperanza. Para ello es preciso prepararnos espiritualmente, encontrar el significado de nuestra existencia. La confianza en Jesucristo nos hace sentir plenos a pesar de nuestras limitaciones, de nuestras imperfecciones, y hasta de la muerte. Confiar en Jesucristo es aferrase a la vida perpetua. Sufriremos pérdidas, incluso pasaremos por la muerte física, pero no perderemos la verdadera vida, nunca dejaremos de ser, porque estamos ligados a Jesucristo: “el camino, la verdad y la vida.” Juan 14:6
Crédito: Extracto del folleto Consuelo ante el sufrimiento, Cristo Para Todas Las Naciones
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