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Él descendió



Pero en mi angustia, Señor, a ti clamé; a ti, mi Dios, pedí ayuda, y desde tu templo me escuchaste; ¡mis gemidos llegaron a tus oídos! La tierra tembló y se estremeció; las montañas se cimbraron hasta sus cimientos; ¡se sacudieron por la indignación del Señor!... El Señor inclinó el cielo, y descendió; bajo sus pies había una densa oscuridad. Salmo 68:6-7, 9

Muchas veces las Escrituras dicen que Dios "descendió". Descendió para inspeccionar la torre de Babel y, como juicio al orgullo humano, confundió el lenguaje de los constructores y los dispersó por la tierra. Descendió en una nube y fuego en el Monte Sinaí para dar su Ley a Israel. En nuestro salmo, el Dios que "habita en luz inaccesible" (1 Timoteo 6:16a) se cubre en la oscuridad y desciende para rescatar a su siervo David con tal ira y poder que inclina los cielos.

Siglos después, Dios una vez más "inclinó el cielo y descendió" para rescatarnos de un "poderoso enemigo" que era más fuerte que nosotros (Salmo 18:17). Dios el Hijo dejó su morada de luz y se humilló para ser concebido en la oscuridad del vientre de una virgen. Mientras nuestro pequeño Salvador dormía en un pesebre en Belén, la oscuridad se volvió brillante como el día cuando un ángel anunció la noticia de su nacimiento a pastores en los campos cercanos. "Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor", dijo el ángel (Lucas 2:11). Esa buena noticia es para nosotros también. El Hijo de Dios descendió de los reinos de la luz para habitar en un mundo oscurecido por el pecado. ¡Él descendió por ti!

Para rescatarnos nuestro Señor Jesús, la Luz del mundo, fue clavado en una cruz. Él cargó nuestros pecados en su cuerpo mientras la espesa oscuridad lo rodeaba. No hubo una voz atronadora desde el cielo para responder a su grito desolado: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mateo 27: 46b). Muriendo en una oscuridad silenciosa, Jesús dispersó a nuestros enemigos y nos rescató del pecado, la muerte y el diablo. Tres días después, a la luz de la primera mañana de Pascua, la tierra tembló cuando un ángel descendió para quitar la piedra que bloqueaba la puerta de la tumba de Jesús. El Hijo de Dios se levantó de entre los muertos, dejando atrás la oscuridad de la muerte y la tumba.

Ni siquiera habíamos gritado de angustia como el salmista. Atrapados en el pecado, no éramos conscientes de nuestra necesidad. Aun así, el Hijo de Dios descendió para rescatarnos, porque "cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5:8b). Ahora Él reina en gloria, siempre listo para escuchar nuestros gritos de angustia y nuestras canciones de alabanza. En un día por venir, el Salvador nuevamente inclinará los cielos y descenderá, no en la oscuridad silenciosa como en su nacimiento en Belén, sino en poder y gloria. Él vendrá como Rey de reyes y Señor de señores para rescatarnos, resucitarnos de la muerte como fue resucitado y llevarnos a morar en Su presencia por toda la eternidad.

ORACIÓN: Señor Jesús, esperamos el día de tu regreso. En tu nombre oramos. Amén.

Dra. Carol Geisler

 

Para reflexionar:


1. ¿Reconoces que Dios interactúa en tu vida?

2. ¿Esperas con ansias el regreso del Señor en el último día?

 

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