Levanta la vista y mira a tu alrededor: todos estos se han reunido, han acudido a ti. Tus hijos vienen de muy lejos; tus hijas son llevadas en brazos.
Isaías 60.4
Me gusta participar de encuentros y reuniones. Cuánto más lejos, mejor. No importa la distancia cuando se trata de encontrarse con quienes queremos. Los muchos kilómetros y las interminables horas no son impedimento para un encuentro valioso y enriquecedor.
El profeta Isaías ilustra lo que provoca un recorrido de tanta distancia. Ha llegado la gloria de Dios y está brillando de tal manera en la oscuridad, que los reyes la buscarán. No importará la distancia. Vendrán en sus camellos y traerán regalos para el Señor. El pueblo levantará la vista y se asombrará al verlos llegar de tan lejos.
San Pablo habla en sus cartas de los que están cerca y de los que están lejos del Señor. Cristo ha venido a esta tierra a redimir a ambos, y por ello su luz ilumina a todos los pueblos de la tierra: para llamar a todos a recibir la salvación.
Lamentablemente, los seres humanos creamos distancias y lejanías no solo físicas sino también emocionales y espirituales. Y no solo entre nosotros sino también con Dios, que se nos vuelve cada vez más lejano. Pero Dios se acerca a nosotros en Cristo y pone la luz de la salvación en lo alto para que alumbre lejos en medio de la densa oscuridad que impera. Esa luz de amor llama con tanta fuerza que no resulta oneroso viajar, ni sacrificado llevar un hijo en brazos. Y en medio de la sorpresa por verlos llegar con todas sus extravagancias y regalos, entendemos que esa gloria vino de lo alto para la salvación de todos.
Gracias, Señor, por manifestar tu salvación a toda la humanidad, por extender tu amor también a los que están lejos. Que la luz del Evangelio ilumine el mundo entero. Amén.
Para reflexionar:
• ¿Qué tan lejos has viajado para encontrarte con alguien?
• ¿Qué impide que las personas alejadas se acerquen a Dios?
• ¿Qué demuestra el nacimiento de Jesús en cuanto a dejar la lejanía para acercarse a nosotros?
Rev. Omar R. Weber
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