Dra. Kari Vo
Así ha dicho el Señor: “Así como alguien que halla un racimo con uvas jugosas dice: ‘Esto es una bendición. No hay que dañarlo’, así voy a actuar en favor de mis siervos: No los destruiré a todos. Haré que de Jacob salgan descendientes, y que Judá sea el heredero de mis montes. Mis elegidos tomarán posesión de la tierra, y mis siervos la habitarán” (Isaías 65:8-9).
En mi patio trasero cultivo uvas. Si bien a la vid en sí le está yendo bien, los racimos de uvas no han resultado buenos. Las uvas pueden desarrollar enfermedades fúngicas o bacterianas. En nuestro caso, el problema son las aves y las ardillas. Un racimo de uvas que un día está completo y lleno de frutas, al día siguiente no le quedan más que tallos.
En los tiempos de Isaías también hubo problemas como este. Isaías describe a un cosechador de uvas que, cuando se encuentra con un racimo decepcionante y va a tirarlo, otro hombre lo detiene y le dice: “No lo tires, todavía hay algunas uvas buenas. Consérvalo”. Lo usarán para hacer vino.
Este tipo de cosas puede ser extraño para algunos de nosotros, ya que vivimos en una cultura de cosas desechables. Muchas personas no tienen paciencia para clasificar un racimo de uvas y escoger las buenas. Prefieren tirar todo el racimo e ir a buscar otro.
Pero Dios no es así. En este pasaje, Él está usando el racimo de uvas para describir a su pueblo. Aunque la mayoría son infieles y están espiritualmente podridos, todavía hay algunos a quienes Él considera valiosos. A esos los seleccionará y los usará para hacer vino nuevo.
“Está bien”, podemos pensar, “pero conozco mis faltas. Si soy una uva, no soy de alta calidad. ¿Por qué va a quererme Dios?” Es una pregunta sensata si estamos pensando solo en nosotros mismos y en nuestra propia naturaleza humana, que está viciada y está infectada con el mal. Pero no es así como Dios nos ve.
Jesús nos describe de esta manera: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto. Ustedes ya están limpios, por la palabra que les he hablado. Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Así como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí. Yo soy la vid y ustedes los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí ustedes nada pueden hacer” (Juan 15:1-5).
No importa lo que seamos por nosotros mismos. Ahora que el Espíritu Santo nos ha llevado a la fe en Jesús, somos Sus uvas, racimos en Su vid que compartimos la vida eterna que él ganó para nosotros con su sufrimiento, muerte y resurrección. Su vida y bondad fluyen a través de nosotros. Ahora somos buenos frutos, frutos valiosos, porque somos suyos.
ORACIÓN: Querido Señor, gracias por hacerme parte de tu vida. Permite que tu nueva vida fluya a través de mí y hazme fructífero para ti. Amén.
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