Rev. Minh Chau Vo
Simeón los bendijo, y a María, la madre del niño, le dijo: «Tu hijo ha venido para que muchos en Israel caigan o se levanten. Será una señal que muchos rechazarán y que pondrá de manifiesto el pensamiento de muchos corazones, aunque a ti te traspasará el alma como una espada.» Lucas 2:34-35
¿Qué habrá sentido María al escuchar esas palabras? Su bebé tenía apenas más de un mes, pero el Espíritu Santo ya estaba hablando a través de Simeón para anunciar lo que vendría en el futuro: la ira y la amarga controversia, la oposición a su ministerio y, finalmente, el sufrimiento y la muerte en la cruz. Ese sufrimiento no podría ser evitado, porque la humanidad tenía que ser salvada. Y María compartiría sus sufrimientos. Esa fue la advertencia. Y por supuesto que lo hizo. Vio cómo los líderes religiosos se oponían a su hijo mayor. Vio cómo casi lo apedrean después de su primer sermón. Vio el desprecio público y la burla que él soportaba de parte de quienes lo odiaban. Y vio cómo lo colgaron de la cruz. ¿Habrá llegado a entender María por qué era necesario todo este sufrimiento? Seguramente lo entendió después de la Pascua, cuando Jesús resucitó de entre los muertos. ¿Pero y antes de eso, cuando Herodes intentó matarlo, cuando tuvieron que ir a refugiarse en Egipto? ¿Habrá tenido días en los que ella se pregunta por qué Dios permitía tanto dolor en sus vidas? No lo sabemos. Pero sí sabemos que en nuestra vida también hay sufrimientos que no podemos entender ni encontrarle razón. Y entonces le preguntamos a Dios: "¿Por qué?" Llegamos a sentir tanto dolor, que no podemos pensar en otra cosa. Así debe haberse sentido María cuando su Hijo estaba colgado en la cruz. En momentos así, lo único que podemos hacer es aferrarnos a Dios confiando en que hay una razón, y que Él finalmente hará que todas las cosas obren para nuestro bien. Y la única razón por la que podemos confiar así es Jesús mismo, el Salvador que nació entre nosotros para llevar nuestro sufrimiento y pecado. Isaías nos dice: "Será despreciado y desechado por la humanidad entera. Será el hombre más sufrido, el más experimentado en el sufrimiento... Con todo, él llevará sobre sí nuestros males, y sufrirá nuestros dolores... y por su llaga seremos sanados" (Isaías 53:3a, 4a, 5b ) Con su sufrimiento pagó por todos los pecados del mundo. Con su muerte y resurrección nos dio la vida. La Biblia nos advierte que los cristianos compartiremos los sufrimientos de Cristo, tal como lo hizo María. "El siervo no es mayor que su señor" (Juan 13:16b), nos dice Jesús. Nosotros también vamos a experimentar rechazo por amar a Cristo. Y en el curso de nuestro servicio a Dios podemos esperar que haya momentos de gran dolor, momentos en los que simplemente no entendemos lo que Dios está haciendo. Pero aunque no entendamos, podemos confiar en Él, tal como lo hizo María cuando le dijo al ángel: «Yo soy la sierva del Señor. ¡Cúmplase en mí lo que has dicho!» (Lucas 1:38b). Y confiando en Jesús y compartiendo sus sufrimientos, también podemos esperar y compartir su resurrección y su gozo. ORACIÓN: Padre celestial, por tu Espíritu Santo, mantennos cerca de tu Hijo cuando los tiempos sean buenos y cuando no lo sean. En el nombre de Jesús oramos. Amén.
Para reflexionar:
¿Crees que la fe de María se puso a prueba cuando escuchó las palabras de Simeón sobre su Hijo?
¿Cómo te sientes cuando un familiar o amigo es tratado injustamente y hay poco o nada que puedas hacer para ayudarlo?
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