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¿Por qué tengo un hijo con discapacidad?

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Resulta muy difícil dar una respuesta a esta pregunta. Aunque tengamos claro el diagnóstico y las causas, siempre queda flotando la pregunta: ¿por qué me sucedió esto? 


Hay millones de personas que sufren discapacidades, pero esto no resulta de consuelo. Algunas personas suponen que se trata de un castigo de Dios, y pasan gran parte de su vida buscando en su pasado, la razón. Otros piensan que ha sobrevenido a causa de algún maleficio que les han hecho, o por algún descuido de la embarazada. Lo cierto es que en la búsqueda de una razón, no siempre se encuentra una respuesta satisfactoria. Es importante clarificar que si bien Dios no prometió que estaríamos exentos de esta clase de problemas, sí ha prometido estar con nosotros en medio de las pruebas, y darnos la fuerza para superarlas.


 “Ustedes no han pasado por ninguna prueba que no sea humanamente soportable. Y pueden ustedes confiar en Dios que no les dejará sufrir pruebas más duras de lo que pueden soportar. Por el contrario, cuando llegue la prueba, Dios les dará también la manera de salir de ella, para que puedan soportarla”. (1 Corintios 10:12)


Nadie puede dar una respuesta a nuestra inquietud. Todo parece indicar que lo que Dios hace no tiene sentido. Es común caer en la desesperación y buscar con insistencia una conducta que haya provocado la discapacidad. Culparse y sentirse mal lleva a esconderse, y lo que es peor, a ocultar a ese niño que Dios nos ha dado, negándole la posibilidad de ser una persona feliz.


La confusión al no encontrar una respuesta, el enojo con Dios por la situación que nos toca vivir, es una herida que cala en lo más profundo de nuestra alma, y nos lleva a alejarnos de Él. Pero, apartarse de Dios, justo en estos momentos, lleva a perder la fe en el único que en realidad, puede ayudar a superar las dificultades.


Cuando no logramos aceptar la realidad que nos toca vivir estamos permitiendo que la confusión haga una herida mortal en nuestra alma, que abrigará el rencor, la confusión, la duda, la culpa, y finalmente nos apartará de Dios.


No siempre encontraremos la respuesta del para qué, pero es necesario aceptar las cosas que nos suceden, pedir de él la fuerza para ser creativos y superar nuestros conflictos.


“Porque mis ideas no son como las de ustedes, y mi manera de actuar no es como la suya.  Así como el cielo está por encima de la tierra, así también mis ideas y mi manera de actuar está por encima de las de ustedes. El Señor lo afirma”. (Isaías 55: 8-9).


En la actualidad, hay mayor conciencia sobre la discapacidad, lo que ha ayudado a eliminar el estigma en torno a tener un familiar con discapacidad. Los padres se agrupan para promover la integración de las personas discapacitadas en la sociedad a través de charlas y asociaciones. Sin embargo, aceptar e integrar a las personas discapacitadas no es suficiente; también es crucial proporcionarles oportunidades para su desarrollo en ámbitos laboral, educativo, social y religioso, asegurando que puedan ser felices y realizarse plenamente. La discapacidad es una condición que necesita ser aceptada como tal. No es una enfermedad que pueda ser curada. No siempre encontraremos una respuesta a nuestra inquietud, a nuestra confusión. Pero podemos contar con toda la ayuda de Dios para aceptar la discapacidad, y trabajar para que la misma sea lo menos dificultosa posible.*

 

 

Cristo Para Todas Las Naciones / extracto y adaptación del folleto Viviendo con la Discapacidad.

 

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