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Librado de la muerte

Los lazos de la muerte me envolvieron, y me angustié al verme tan cerca del sepulcro; mi vida era de angustia y de aflicción constante. Pero en el nombre del Señor clamé: «Señor, ¡te ruego que me salves la vida!» Salmo 116:3-4


"Luego de cantar el himno, fueron al monte de los Olivos" (Mateo 26:30). En la noche en que fue traicionado, Jesús y sus discípulos terminaron su cena de Pascua y cantaron un himno antes de continuar hacia Getsemaní. El himno pudo haber sido parte del Hallel (Salmos 113 a 118), cantado durante la celebración de la Pascua. Entonces, tal vez, la noche antes de ser crucificado, Jesús cantó estas palabras proféticas: "Los lazos de la muerte me envolvieron, y me angustié al verme tan cerca del sepulcro; mi vida era de angustia y de aflicción constante" (Salmo 116:3). Enredado en las trampas de la muerte inminente, la muerte esperándolo, Jesús sufrió angustia y aflicción. Le dijo a sus discípulos: "Siento en el alma una tristeza de muerte" (Mateo 26:38b). Con su sudor cayendo al suelo como grandes gotas de sangre, Jesús gritó en oración a su Padre pidiéndole que la copa del sufrimiento pasara de él, la terrible copa de la ira de Dios contra el pecado humano. Sin embargo, obediente a su Padre, Jesús también oró: "Pero que no sea como yo lo quiero, sino como lo quieres tú" (Mateo 26:39b). La oración de Jesús fue respondida de acuerdo con la voluntad del Padre. Había llegado la hora. El traidor de Jesús llegó, y el Salvador fue entregado en manos de sus enemigos. A la mañana siguiente, el día que llamamos Viernes Santo, Jesús fue clavado a la cruz. Llevando nuestros pecados en su propio cuerpo, drenó hasta el final la copa del sufrimiento, la copa de la ira y el juicio de Dios. El Hijo de Dios sufrió la pena de muerte para salvarnos a nosotros. El salmo que Jesús había cantado unas pocas horas antes contenía palabras de angustia; también predijo lo que seguiría al terrible sufrimiento de la cruz. Antes de su crucifixión, Jesús cantó estas palabras de confianza y esperanza: "Tú, Señor, me libraste de la muerte, enjugaste mis lágrimas y no me dejaste caer. Por eso, Señor, mientras tenga vida, viviré según tu voluntad" (Salmo 116:8-9). En la primera mañana de Pascua, el Hijo de Dios fue liberado de la muerte y la tumba, y por fe en su Nombre, también nosotros somos liberados de las trampas del pecado y la muerte. Cuando sufrimos angustia y aflicción luchando contra el miedo, la enfermedad, la muerte y la pérdida, la oración del salmo es nuestra oración y sus palabras de esperanza son también nuestras palabras: "¡Oh Señor, libra mi alma!" Dios escucha nuestras oraciones y, según su voluntad y tiempo perfecto, nos librará. Cuando nuestro Salvador crucificado y resucitado regrese en gloria, seremos resucitados de la muerte y de la tumba, así como Él resucitó. ¡En ese gran día caminaremos para siempre en la tierra de los vivos y nuestro Señor viviente caminará con nosotros! ORACIÓN: Poderoso Señor resucitado, que sufriste angustias y aflicciones para librarnos del pecado y la muerte, camina con nosotros ahora cuando estemos en apuros y libéranos de acuerdo a tu sabia voluntad, mientras esperamos el día en que caminaremos contigo en gloria. Amén.


Para reflexionar:

  1. ¿Cómo/dónde encuentras la fuerza para hacer "lo que es necesario"?

  2. ¿De qué manera la victoria de Jesús sobre los más grandes problemas de la vida te da esperanza y valor cuando estás deprimido?


 

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