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Con esto sabré que soy de tu agrado: si mi enemigo no llega a burlarse de mí. Y a mí, ¡sosténme por causa de mi integridad! ¡permíteme estar en tu presencia para siempre! ¡Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, Por los siglos de los siglos! ¡Amén y Amén!

Salmo 41:11-13

"Con esto sabré". El deleite de Dios en nosotros es una señal de su favor. Sabemos que Él se deleita en nosotros porque nuestro enemigo, el diablo, no gritará triunfante sobre nosotros. Estamos felizmente de acuerdo con el salmo hasta este punto, pero nos encontramos con un pequeño problema con el siguiente comentario del salmista: "¡sosténme por causa de mi integridad!". Debemos, en humildad arrepentida, admitir que la integridad no siempre se muestra en nuestras vidas. No siempre somos tan honestos y rectos como nuestro Señor nos ordena que seamos. Como dice la Escritura, "¡No hay ni uno solo que sea justo!" (Romanos 3:10b). Dios no nos sostiene contra el enemigo a causa de nuestra integridad. Él nos sostiene por la integridad de nuestro Salvador. Las palabras inspiradas y proféticas de este salmo apuntan a Jesús, el Mesías prometido, el deleite del Padre. Durante el ministerio terrenal del Señor, la alabanza del Padre por su Hijo resonó desde el cielo. En el bautismo de Jesús, el Padre dijo: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco.» (Mateo 3:17b). Mientras Jesús se acercaba a la cruz, tres discípulos observaron cómo se transfiguraba en gloria. Oyeron la voz del Padre desde una nube luminosa: «Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco. ¡Escúchenlo!» (Mateo 17:5). El Hijo inocente, que nunca faltó a la integridad y la rectitud, fue condenado a muerte y clavado en la cruz. Jesús tomó sobre sí mismo todos nuestros pecados, nuestra injusticia y nuestra falta de integridad, y sufrió la pena de muerte que merecíamos. A la muerte de Jesús, el diablo pudo haber gritado en triunfo, pero el triunfo del enemigo no duró mucho. El Hijo sin pecado fue sostenido por su integridad. Fue el Hijo, no el enemigo, quien triunfó: "porque no me abandonarás en el sepulcro, ¡no dejarás que sufra corrupción quien te es fiel. Tú me enseñas el camino de la vida; con tu presencia me llenas de alegría; ¡estando a tu lado seré siempre dichoso!" (Salmo 16:10-11). Jesús resucitó de entre los muertos, exaltado a la diestra del Padre, y sentado en su presencia para siempre. Por fe, la victoria de Jesús es nuestra victoria. Nuestros pecados son perdonados y el enemigo no puede gritar triunfante sobre nosotros. Somos bautizados en Cristo Jesús, revestidos de su integridad, su justicia. Por causa de Jesús, el Padre que se deleita en su amado Hijo se deleita en nosotros, sus amados hijos e hijas. Viviremos en la presencia de Dios para siempre y bendeciremos al Señor desde la eternidad hasta la eternidad. ¡Todos estos versículos de los salmos se refieren a nuestro Señor Jesús y, debido a su obra salvadora, estos versículos también nos describen a nosotros! ORACIÓN: Padre Celestial, por la fe en Jesús soy justo ante tus ojos. Ayúdame a vivir con integridad en el mundo para que pueda glorificarte. Amén. Para reflexionar: * ¿De qué formas practicas la integridad en tu vida? * ¿Cómo nos ha hecho Jesús dignos ante Dios Padre?

Dra. Carol Geisler



 

© Copyright 2022 Cristo Para Todas Las Naciones

 

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