Cuando Jesús vio a la multitud, subió al monte y se sentó. Entonces sus discípulos se le acercaron, y él comenzó a enseñarles diciendo: «Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.» Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Mateo 5: 1-4
"Bienaventurados los que lloran", dice Jesús, "porque ellos recibirán consolación". Eso es lo que buscamos cuando estamos de luto, ¿no es así? Algún tipo de consuelo, por pequeño que sea. Algo que nos haga sentir mejor. Algo que llene el vacío que queda en nuestros corazones y que tanto duele.
El problema es que normalmente no encontramos mucho consuelo que digamos. La persona que amamos sigue no estando entre nosotros. Las esperanzas se rompieron, los planes se arruinaron, el futuro con el que contábamos nunca va a ser realidad ahora. Todo lo que nos queda son recuerdos que nos duelen como cortadas con fragmentos de vidrio.
"El tiempo lo cura todo", nos dice la gente. Y a menudo, el tiempo ayuda un poco. Pero no lo suficiente, nunca lo suficiente. El dolor sigue ahí. Y eso es de esperar, ¿verdad? Porque ese dolor nos dice que el mundo no es lo que se supone que sea. Nuestro paraíso está destruido. Dios nos hizo para un mundo, pero vivimos en uno diferente: uno arruinado, contaminado por el pecado, el dolor y la muerte.
Pero Jesús nos dice: "Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación". ¿Cómo puede ser eso? Dios tendría que destruir este mundo y hacerlo de nuevo para que nosotros seamos verdaderamente consolados. Dios tendría que sacar la maldad del mundo, de nuestras vidas, de nuestros corazones, para que podamos ser consolados.
Y eso es exactamente lo que Dios hizo cuando vino a este mundo como Jesucristo Hombre. Vino a este mundo para quebrantar el poder del mal a través de su propio sufrimiento, muerte y resurrección. Vino para rehacernos como el pueblo de Dios a través de su propia sangre.
Y ahora que le pertenecemos, el Espíritu Santo de Dios está obrando dentro de nosotros, cambiando nuestros corazones, haciéndonos aptos para los cielos nuevos y la tierra nueva que Dios nos trae. «Aquí está el tabernáculo de Dios con los hombres. Él vivirá con ellos, y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Dios enjugará las lágrimas de los ojos de ellos, y ya no habrá muerte, ni más llanto, ni lamento ni dolor; porque las primeras cosas habrán dejado de existir. El que estaba sentado en el trono dijo: 'Mira, yo hago nuevas todas las cosas.'» (Apocalipsis 21: 3b-5a).
ORACIÓN: Señor, tú eres mi esperanza. Ayúdame a esperarte. Amén.
Para reflexionar:
* ¿Con qué dolor estás lidiando ahora?
* ¿Qué esperas del reino de Dios?
Dra. Kari Vo
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