Caricias para el Alma: Amor en botella de leche
- Cristo para Todas Las Naciones
- 27 ago
- 2 Min. de lectura

Caricias para el Alma... quién no las necesita, a quién no le vienen bien unos reconfortantes mimos al corazón, un protector abrazo a los ideales, unas palabras que despabilen la esperanza. Probablemente esta historia corta sea nueva o no para ti, pero de alguna forma la compartimos contigo para darte un espacio de ánimo. Esta historia ha sido tomada o recibida de distintos lugares y en distintas situaciones. Nuestra intención es compartirla para enriquecer tu vida. Agradecemos a quien la ha creado.
Dos hermanitos vestidos con harapos, provenientes de algún humilde barrio, de cinco y de diez años, iban pidiendo un poco de comida por las casas. Estaban hambrientos... “¿Por qué no trabajan?”, se oía detrás de algunas puertas. “¿Y tus padres?", detrás de otras. O “No tenemos nada...”
Las diversas tentativas frustradas entristecían a los niños... Por fin, una señora muy atenta les dijo -Voy a ver si tengo algo para ustedes... -Y volvió con una botellita de leche.
¡Qué fiesta! Ambos se sentaron en la vereda. El más pequeño le dijo al de diez años: -Vos eres el mayor, toma primero... -y lo miraba con sus dientes blancos, con la boca medio abierta, relamiéndose.
¡Si vieran al mayor mirando de reojo al pequeñito...! Se lleva la botella a la boca y, haciendo de cuenta que bebía, apretaba los labios fuertemente para que no le entre ni una sola gota de leche.
Después, extendiéndole la botella, decía al hermano -Ahora es tu turno. Solo un poquito.
Y el hermanito, dando un trago exclamaba -¡Está deliciosa!
-Ahora yo -dice el mayor- Y llevándose a la boca la botella, ya medio vacía, no bebía nada. -Ahora tú -Ahora yo -Ahora tú -Ahora yo...
Y después de tres, cuatro, cinco o seis tragos, el menor, se acabó toda la leche... solito.
Y entonces, sucedió algo que me pareció extraordinario.
El mayor comenzó a cantar, a danzar, a jugar fútbol con la botella de leche, vacía. Estaba radiante, con el estómago vacío, pero con el corazón rebosante de alegría.
Saltaba con la naturalidad de quien no hace nada extraordinario, o aún mejor, con la naturalidad de quien está habituado a hacer cosas extraordinarias sin darles la mayor importancia.
De aquél muchacho podemos aprender una gran lección: hay que amar sacrificándonos con tanta naturalidad, con tal elegancia, con tal discreción, que los demás ni siquiera puedan agradecernos el servicio que les prestamos.
¿Cómo podrías hoy encontrar un poco de esta “felicidad” y hacer que la vida de alguien sea mejor?
¡Adelante, levántate y haz lo que sea necesario! Cerca puede haber alguien que necesita tu hombro, tu consuelo y, quizá aún más, un poco de paz...
Dice la Biblia: “ Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación.” (Romanos 14:19).*
Cristo Para Todas Las Naciones / extracto y adaptación del folleto Caricias para el Alma.
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