Dra. Kari Vo
Días después, su esposa Elisabet quedó encinta y se recluyó en su casa durante cinco meses, pues decía: "El Señor ha actuado así conmigo para que ya no tenga nada de qué avergonzarme ante nadie." Lucas 1:24-25
"Si alguna vez me sucede un milagro, ¡lo gritaré por todas partes!" ¿Alguna vez escuchaste a alguien decir algo así?
Pero la concepción y el nacimiento de Juan fueron diferentes. Comenzó con un ángel que anunciaba el milagro en privado a un hombre simple, el futuro padre de Juan. Pero cuando ese hombre no le creyó al ángel, Dios lo enmudeció. ¡Nadie escucharía la historia de parte de él!
Y luego estaba Elisabet, la madre de Juan. Quizás su esposo logró escribir la historia para ella. ¡O tal vez no! Pero cuando se dio cuenta de que estaba embarazada, se mantuvo oculta en su casa, lejos de las personas. ¡Ella tampoco contaba la historia del milagro! ¿Por qué?
No lo sabemos, pero podemos adivinar. A veces vale la pena tomarse las cosas con calma, simplemente quedarse quieto y observar cómo Dios cumple sus buenas promesas. No siempre tenemos que estar corriendo, gritando, anunciando lo que Dios está haciendo. Hay un tiempo para eso; sí, pero también hay un tiempo para orar, pensar y regocijarse en el Señor. Elisabet hizo eso. Zacarías hizo eso. Nosotros
también podemos hacer eso, mientras esperamos la celebración de la venida de Jesús al mundo.
Durante esta temporada de Adviento, tómate el tiempo para meditar sobre el nacimiento de Jesús, sobre cómo Dios te amó a ti y al mundo entero; tanto, que envió a su propio Hijo para convertirse en uno de nosotros, en nuestro Salvador de la muerte y del mal. Piensa en aquel que te ama y da su vida por ti en la cruz, solo para volverla a tomar tres días después. Deja que esa historia se filtre en tu corazón; deja que se convierta en parte de tus huesos.
Luego ve y dile a los demás las milagrosas buenas noticias.
ORACIÓN: Señor, permite que tu Espíritu Santo me ayude a comprender y creer lo que has hecho para salvarme. En tu nombre. Amén.
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