Reflexión de Adviento
Seis meses después, Dios envió al ángel Gabriel a la ciudad galilea de Nazaret para ver a María, una virgen que estaba comprometida con José, un hombre que era descendiente de David. El ángel entró en donde ella estaba y le dijo: “¡Salve, muy favorecida! El Señor está contigo.” Cuando ella escuchó estas palabras, se sorprendió y se preguntaba qué clase de saludo era ése. (Lucas 1:26-29).
Me encanta la forma en que el ángel saluda a María. Nuestra traducción castellana del Nuevo Testamento dice: “¡Salve, muy favorecida, el Señor está contigo!” Pero María es una niña común y corriente, y este saludo la confunde. Está atemorizada.
El término griego para “favorecida” proviene de la raíz de la palabra “gracia” o “favor”. La traducción de la RVC no está mal, pero me parece que “has sido agraciada” es más fácil de entender a un nivel profundo del corazón. María ha sido agraciada, ¿y quién está dando la gracia? El Señor, quien está “contigo”.
El ángel Gabriel dice la verdad: el Señor está con María, primero como creyente y ahora, muy pronto, como un pequeño niño dentro de su cuerpo. Él no existirá separado de ella. Jesús tomará su propia carne y sangre de la suya, y ella será la fuente de su humanidad. Todo esto es gracia, un regalo de Dios.
Nosotros también hemos sido agraciados, tal como lo fue María. El Señor tomó carne humana porque se niega a separarse de nosotros, seres humanos quebrantados y pecaminosos. Sufrió, murió y resucitó para que pudiéramos convertirnos en sus “agraciados”, el pueblo con el que Dios está para siempre.
Señor, permanece conmigo para siempre y mantenme a tu lado. Amén.
Para reflexionar
¿Has sido separado alguna vez de alguien a quien amas?
¿Qué precio pagó Jesús para traerte de regreso a él? ¿Por qué lo hizo?
¿Qué significa para ti que el Señor esté contigo?
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