Cuando mi hija Joanna estaba en trabajo de parto, solo 12 horas antes de que naciera mi nieta Abigail, vi por primera vez su imagen en la pantalla del aparato de ultrasonido. Siendo educadora en partos, inmediatamente supe que la imagen en blanco y negro revelaba un motivo de preocupación. Aunque el embarazo se había desarrollado sin problemas, era evidente que Abigail iba a nacer con un defecto congénito grave.
En la sala de parto lloré de alegría junto con los papás cuando esa preciosa pequeña se unió al círculo familiar por primera vez en respuesta a nuestras oraciones. El examen del médico rápidamente reveló que Abigail tenía espina bífida, una condición que resulta cuando la columna vertebral falla en encerrar completamente la médula durante la cuarta semana del desarrollo prenatal. Nos dijeron que sería operada al día siguiente en un hospital de niños cercano.
En seis horas Abigail fue trasladada en una incubadora especial a una unidad de cuidados intensivos pediátricos, y en menos de 24 horas ya se estaba recuperando de la cirugía bajo los ojos vigilantes de mi yerno, su mamá y varias enfermeras. Las tres semanas que estuvimos en el hospital con Abigail, fueron como un retiro espiritual intensivo en el cual luchábamos por comprender el papel de Dios y su plan en esa situación.
Cada momento parecía traer nuevas lecciones al “aula” brillantemente iluminada de la sala de terapia: mientras esperábamos el informe del neurocirujano pediátrico después de una segunda cirugía para aliviar la acumulación de líquido en el cerebro de Abigail y mientas orábamos, antes de intentar tener el tan necesario descanso durante las noches fuera del hospital. Y una y otra vez, la gracia de Dios se hizo real: a través del abrazo de un amigo, un texto de la Biblia, una oración consoladora, una comida caliente. Y en el centro de todo eso, una recién nacida nos acercaba cada vez más al corazón de Dios haciéndonos levantar la mirada a la ayuda y el consuelo del cielo.
Por razones que solo Él entiende, Dios eligió traer a Abigail al mundo con un cuerpo con discapacidades físicas: no camina ni habla como la mayoría de los demás niños de su edad, pero ha encontrado su propia manera de caminar y hablar. Al igual que otros niños de 3 años, se siente como en casa consigo misma y no parece pensar que algo esté “mal” con su cuerpo. Para Abigail todo parece estar bien con el mundo, siempre y cuando tenga suficiente comida, descanso, atención y mucho amor.
Cuando veo a mi nieta dedicarse con cada gramo de su energía a desarrollar una nueva habilidad física, a veces se me hace un nudo en la garganta y ocasionalmente se me llenan los ojos de lágrimas. Pero la emoción que siento es una especie de admiración por el coraje y la capacidad que tiene para aceptarse a sí misma y su situación sin quejarse. Parece repetir las palabras escritas hace tanto tiempo en la Biblia: “Pero tú, Señor, eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú eres quien nos da forma; todos nosotros somos obra de tus manos” (Isaías 64:8).
Todos somos obra de sus manos: Abigail, yo, tú. Todos estamos en el proceso de “ser hechos”. Como la arcilla en la rueda de alfarero, estamos siendo constantemente formados y moldeados a medida que nuestra vida se va amoldando a las manos del Maestro. Al igual que Abigail, podemos simplemente rendir nuestras vidas a Dios, dejando lo que nos preocupe de nuestros cuerpos al cuidado amoroso del Señor. Un día veremos que nos ha transformado en una obra maestra perfecta para pasar la eternidad en su gloriosa presencia. Mientras tanto, la forma en que cuidamos nuestro cuerpo en un mundo imperfecto demuestra claramente aquí y ahora, nuestra aceptación agradecida del regalo de la vida de Dios en nosotros.
Con la ayuda de Dios podemos elegir no abusar de nuestro cuerpo con comida, dieta, exceso o falta de ejercicio, corrupción sexual, abuso de alcohol, tabaco o drogas. Cuando sabemos que somos amados y aceptados por Dios, podemos desarrollar un estilo de vida sensato que se ajusta al diseño de nuestro Creador para nuestra vida. Y cuando entendemos que en última instancia nuestro cuerpo le pertenece a Dios, nos esforzamos por cuidarnos con una actitud de agradecimiento y no de orgullo, y sin sentir vergüenza cuando no estamos “a la altura” de las expectativas que los demás tienen de nosotros. Vivir un estilo de vida saludable se convierte, entonces, en una respuesta positiva a la vida, porque cuanto más vivamos de acuerdo con lo que es bueno para el cuerpo, mejor nos vamos a sentir y más vamos a honrar a quien nos ha dado la vida.
Siendo nuestro Creador, Dios tiene mucho que decir acerca de cómo nos vemos a nosotros mismos. Su Palabra nos invita a pensar en nuestro cuerpo con la misma dignidad y alegría que son evidentes en el relato de su creación del primer hombre y la primera mujer según consta en Génesis, el primer libro de la Biblia. Cuando contemplamos lo que esto significa para nosotros, tenemos muchas razones para celebrar quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos.
Extracto del folleto Sanos desde adentro, autora: Debra Evans.
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