«Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor, y crees en tu corazón que Dios lo levantó de los muertos, serás salvo.» Porque con el corazón se cree para alcanzar la justicia, pero con la boca se confiesa para alcanzar la salvación. Pues la Escritura dice: «Todo aquel que cree en él, no será defraudado.»... porque todo el que invoque el nombre del Señor será salvo. Ahora bien, ¿cómo invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados? Como está escrito: «¡Cuán hermosa es la llegada de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!»
(Romanos 10:9-11, 13-15)
Cuando escucho este pasaje, mi corazón siente mucho dolor por los que se pierden sin Dios. Dios es un Padre amoroso que espera con ansias el regreso de sus hijos alejados de él. Pero ¿cómo regresarán a Él si nadie los guía? Entonces me siento culpable, porque Jesús me ha enviado con la misión de compartir su mensaje de perdón y salvación. Pero ¿estoy predicando lo suficiente para que las personas oigan, crean y lo invoquen? ¿Te ha sucedido? Cuando nos sentimos así, es bueno recordar que el peso no está en nuestros hombros: Jesús ya lo llevó a la cruz.
Demos gracias por las personas que Dios envió para que compartieran su Evangelio con nosotros para que, por el Espíritu Santo, lo oyéramos, lo creyéramos e invocáramos el nombre del Señor y así ser salvos. Que Dios nos siga recordando que es nuestra responsabilidad, por nuestra libertad cristiana otorgada en nuestro bautismo, ir y hacer discípulos en todas las naciones y bautizarlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Pero que también nos siga recordando que el Salvador es él y no nosotros y que debemos estar agradecidos por las personas que fueron instrumentos de su Evangelio para nuestra salvación.
Padre, ayúdanos a encontrar un balance entre tener carga por los perdidos y agradecimiento por nuestra salvación, para no dejar que el enemigo nos llene de culpa. Por el Espíritu Santo, confesamos con nuestra boca que Jesús es el Señor, y creemos en nuestro corazón que tú lo levantaste de los muertos. Gracias porque en él somos salvos, no por obra nuestra, sino por lo que tu Espíritu hace en nosotros. ¡Cuán hermosa es la llegada de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas a nuestra vida continuamente! Gracias por ellos. Amén.
Para reflexionar:
* ¿De qué manera puedes superar la culpabilidad sobre tu responsabilidad de compartir el evangelio y encontrar formas constructivas de evaluar y mejorar tus esfuerzos?
* ¿De qué manera puedes transmitir la gratitud que tienes a Dios por haberte salvado?
Diaconisa Noemí Guerra
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