Las investigaciones psicológicas afirman que el ser humano tiene cinco necesidades innatas: la física, la intelectual, la emocional, la social y la espiritual. No se puede decir que una de estas necesidades tiene prioridad sobre las demás, sino más bien, es el conjunto de ellas, equilibradas y satisfechas, las que en términos concretos permiten el desarrollo normal de nuestras vidas.
No podemos dividir a la persona en cinco partes dándole más importancia a una sobre la otra. Sin embargo, cuando nuestras vidas están en crisis o cuando tenemos que enfrentar una situación difícil como es el divorcio, nuestra existencia sufre un doloroso desequilibrio.
El divorcio produce reacciones más fuertes de lo que muchas personas quieren admitir. La pérdida en el divorcio puede ser tan grande como la de la muerte, ya que la persona divorciada es un constante recuerdo viviente de lo que era su relación de pareja.
Es indiscutible que el trauma, el sufrimiento y la angustia que produce el divorcio, es una manifestación de un desajuste humano más profundo: se trata de una deteriorada relación con Dios. Se puede decir que nos hemos “divorciado” de Dios, alegando que no existe compatibilidad entre su voluntad y nuestra forma de actuar. En vez de confiar en Él y serle fiel, optamos por la arrogancia, la autosuficiencia y una actitud soberbia de que somos dueños absolutos de nuestras vidas.
Sin embargo, Dios nunca nos ha dejado de amar. Su mayor anhelo es el de tenernos cerca a fin de que recibamos su consuelo y perdón, elementos fundamentales en todo proceso de recuperación. Por eso envió a su Hijo Jesucristo, para establecer una verdadera y eterna reconciliación con nosotros. Cuando confiamos en Él y apreciamos el perdón que nos ha dado, también aprendemos el arte de perdonar y cambiar para poder recuperarnos de nuestros fracasos y seguir adelante. La riqueza de su perdón, nos motiva y capacita para perdonarnos a nosotros mismos, obteniendo así, el poder para enfrentar, por ejemplo, el daño que produce el divorcio y hacer algo positivo al respecto. Toda pareja que se ha divorciado necesita el perdón de Dios y saber que en Él pueden rehacer sus vidas. Y para los que están en el proceso de divorciarse, necesitan saber que nunca es demasiado tarde: Dios es el autor de la reconciliación verdadera.
Pasos Hacia la Recuperación
Existen etapas por las cuales una persona pasa para encaminar su vida en la vía de recuperación después de la crisis del divorcio. Estas son:
Negación: No puedo creer lo que me está pasando.
Soledad: Me siento tan solo(a). Soy una persona fracasada.
Sentido de culpa: Si yo solamente hubiera…
Rechazo: Me voy a olvidar de todo esto, así me sentiré mejor.
Gran tristeza: Sentimiento de luto: siento un gran dolor.
Temor: Tengo miedo, no sé qué debo hacer.
Ira y depresión: Me siento tan deprimido(a); no le encuentro sentido a la vida.
Resentimiento: ¿Por qué a mí, oh Dios? ¿Qué hice para merecer todo esto?
Perdonar: Amado Dios, perdóname. Dame tu paz y bendición para seguir adelante.
Aceptación: Y ahora, ¿qué haré con mi vida? Renovada seguridad en sí misma: Seguiré adelante, con la ayuda de Dios.
Recuperación: Gracias a Dios, mi vida tiene un nuevo sentido; tengo esperanza, estoy rehaciendo mi vida.
Aun cuando cada paso es difícil y “la subida” hacia la recuperación pareciera larga y ardua, para quienes toman la responsabilidad para alcanzarla tendrán la recompensa de rehacer sus vidas. En este momento podemos hacer nuestro lo que dice la Biblia: Sólo en Dios encuentro paz; mi salvación viene de Él. Sólo Él me salva y me protege. No caeré, porque Él es mi refugio (Salmo 62:1-2).
Contrario a lo que a veces pensamos, Dios, en su infinita sabiduría, no nos deja a la deriva cuando estamos en crisis, sino que nos extiende la mano, nos orienta con su Palabra y nos da su perdón y paz para hacerle frente a la vida, en especial ante una crisis dolorosa como es el divorcio. Desde luego, esto no significa que Dios creó el divorcio como respuesta a los problemas de pareja; sino que nosotros mismos lo inventamos y somos los causantes de este sufrimiento. Si sólo supiéramos poner en práctica el refrán: “¡Es mejor prevenir que lamentar!”
Nuestras pequeñas “heridas” se harán cada día más grandes, si no nos sincerarnos a tiempo los unos con los otros, reconocemos nuestras faltas, nos arrepentimos y reconciliamos con el perdón de Dios. Es demasiado fácil para nuestro rencor, orgullo y falta de amor, cegarnos a las necesidades de otros, hasta llegar al punto que pareciera que no nos queda otro remedio que divorciarnos y comenzar de nuevo. Pero en este proceso, herimos a muchas personas y nos destrozamos a nosotros mismos.
Si estás sufriendo, lo importante es aceptar la ayuda de otros. Si observas que alguien divorciado lo sufre, sé un amigo fiel y condúcelo a una ayuda profesional. Sin embargo, si no tienes el entrenamiento apropiado, no intentes jugar al psicólogo.
La reconciliación se efectúa admitiendo los errores y confiando en el perdón. Confesar el mal que hayamos cometido es una forma de aliviar las tensiones internas que llevamos muy dentro de nuestro ser. El perdón de Dios nos permite volver a vivir y poder hacer las cosas de una forma diferente. La reconciliación, aun siendo divorciados, da a las personas la oportunidad y la fortaleza para ser diferentes.
Dios siempre está dispuesto a aliviar nuestra carga y sustituirla por el perdón, la paz, la alegría y la esperanza de contar con su amorosa orientación. Jesucristo afirma: “Les doy mi paz, pero no se la doy como la dan los que son del mundo. No se angustien ni tengan miedo”(Juan 14:27). Él nos otorga su paz para vivir en ella en todo momento, ser fortalecidos y así seguir en la vida, aún en los tiempos dolorosos y difíciles del divorcio.
Dios no solamente nos reconcilia con Él, sino que nos capacita para hacer lo mismo con aquellos que hayamos ofendido o que nos han ofendido. El perdón nos da la fuerza para poder vivir con nosotros mismos y enfrentar la vida con más confianza.
Extracto del folleto Divorcio de Cristo Para Todas Las Naciones // © 2000 Int’l LLL (Liga Internacional de Laicos Luteranos) – Revisión 2005 – Todos los derechos reservados –
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