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La paternidad responsable es una obligación, un arte, un gozo, una frustración, y un desafío. En primer lugar es una obligación, porque tenemos a nuestro cargo criaturas que dependen de nosotros para su alimentación, vestido, techo, educación intelectual, moral y espiritual.
También es un arte, ya que tenemos que combinar muchos factores para lograr ser padres responsables. Por ejemplo, a la vez que criamos a nuestros hijos, también tenemos que llevarnos bien con nuestra pareja, tenemos que saber utilizar nuestro tiempo libre en forma constructiva, y tenemos que suplir las necesidades de toda la familia.
La paternidad es un gozo, ya que con nuestros hijos se nos abre un mundo totalmente nuevo lleno de experiencias, alegrías, anécdotas, fiestas, reuniones familiares, y el simple hecho de ser padre o madre. Y, sobre todo, porque cada vez que los miramos vemos en ellos una parte de nosotros mismos.
También es una frustración, porque no siempre podemos ni sabemos hacer lo que queremos o debemos. Es sentirse indefenso y desorientado ante los grandes problemas sociales de nuestro tiempo. Es mirar el álbum de fotografías, y darnos cuenta de que no hemos invertido suficiente tiempo con nuestros hijos. Es descubrir que han llegado a una etapa en que ya ‘no tienen tiempo’ para nosotros. Es sentirnos frustrados ante algunas conductas de nuestros hijos. Es ver cómo, a veces, nuestros hijos repiten nuestros mismos errores.
Y, por último, es un desafío, ya que debemos superar nuestras fallas para poder ser para nuestros hijos un buen modelo de vida. Es tener el coraje de examinarnos y tomar los pasos necesarios para cambiar. Es tener valor para reconocer nuestros errores delante de nuestros hijos, y aprender de las generaciones más jóvenes. Es saber incorporar a nuestra vida el hecho de que Dios nos ama, y desea ser partícipe de nuestra paternidad.
Después de todo, la familia fue idea de Dios.
La paternidad responsable va mucho más allá de algunos consejos sobre cómo disciplinar a nuestros hijos, o de la idea equivocada de que criar a los niños es cosa de las madres.
Pero, ¿Quién no ha cometido errores en la crianza de sus hijos? ¿Quién no se siente culpable por el mal comportamiento de sus hijos? Ningún padre es perfecto. Los primeros padres del mundo, Adán y Eva, tuvieron un hijo llamado Caín que mató a su hermano Abel. Después del diluvio, Noé tuvo problemas con su hijo Cam. El famoso rey David tuvo un hijo que organizó una revuelta en su contra.
Estos ejemplos nos demuestran que hasta en las “mejores familias” hay momentos de crisis, por lo que no debemos nunca darnos por vencidos. Al contrario, tenemos un Dios lleno de amor que conoce nuestra condición humana y que puede y quiere ayudarnos.
A través de Jesucristo, su Hijo, nuestro Padre celestial abre sus brazos para que, en medio de los grandes desafíos y problemas que tenemos con la crianza de nuestros hijos, podamos acudir a Él.
Le damos gracias a Dios porque en todo momento podemos ir a Él en oración, recibir su perdón, y renovar las fuerzas para vivir a pleno nuestro compromiso familiar.
Fuente: Paternidad Responsable (Cristo Para Todas Las Naciones)
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