Reflexión de Adviento
Al octavo día fueron para circuncidar al niño, y querían ponerle el nombre de su padre, Zacarías. Pero su madre dijo: “No, va a llamarse Juan.” Le preguntaron: “¿Por qué? ¡No hay nadie en tu familia que se llame así!” Luego le preguntaron a su padre, por señas, qué nombre quería ponerle. Zacarías pidió una tablilla y escribió: “Su nombre es Juan.” Y todos se quedaron asombrados. En ese mismo instante, a Zacarías se le destrabó la lengua y comenzó a hablar y a bendecir a Dios. (Lucas 1:59-64)
¿Alguna vez has tenido una cirugía de la que pensaste que no te despertarías? Si eres como yo, tratas de que tus últimas palabras a familiares y amigos sean importantes. Para mí, generalmente es “los amo”. No puedo elegir mis primeras palabras al despertar, porque la anestesia me vuelve loca, pero si pudiera, probablemente serían las mismas.
¡Zacarías debe haber tenido muchas cosas que decir después de nueve meses de silencio! Sus últimas palabras no habían sido particularmente bien elegidas: “¿Y cómo voy a saber que esto será así?” Esas fueron palabras de duda, palabras que se negaban a confiar en el buen mensaje de Dios. Tal vez por eso Zacarías se aseguró de hacer lo correcto cuando finalmente recuperó la voz: “Comenzó a hablar y a bendecir a Dios.”
El bebé Juan fue una promesa cumplida, pero también fue la promesa de una bendición mayor en camino: Jesús, la Palabra de Dios en carne humana. Y su mensaje, de principio a fin, siempre ha sido “los amo”: desde su nacimiento hasta su muerte y su resurrección de entre los muertos. Jesús hizo todas estas cosas por nosotros, para hacernos de Dios para siempre.
Señor, usa mis palabras para ayudar a otros a conocer tu amor y misericordia. Amén.
Para reflexionar
¿Cuáles fueron tus primeras palabras de niño?
¿Has escuchado alguna vez las últimas palabras de alguien?
¿Qué palabras de Jesús tienen el mayor significado para ti?
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