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El privilegio de la oración



Si pudieras hablar con cualquier persona del mundo, ¿a quién elegirías? Muchos eligen al presidente de su país. ¿Por qué? Porque es una persona poderosa y con mucha influencia, y piensan que sería un honor que escuchara sus opiniones y preocupaciones,

especialmente si luego utilizara ese poder e influencia para ayudar a resolver algunos de los problemas planteados.


Si algo así es considerado como un gran privilegio, déjame preguntarte lo siguiente: ¿te gustaría hablarle a alguien cuyos recursos, sabiduría y poder son ilimitados, alguien que genuinamente se preocupa e interesa por ti? ¿Qué te parece si te digo que le puedes

hablar al Creador de todo el universo? Él creó todo de la nada, dijo a las olas del océano hasta dónde pueden llegar, colocó a cada estrella en el cielo y conquistó la muerte a través de su hijo Jesucristo. Lo más maravilloso es que Dios te ha dado este gran privilegio. Todo lo que tienes que hacer es orar.


A cada uno de nosotros se nos ha extendido una invitación personal para estar en la presencia misma del Creador de todas las cosas, el todopoderoso Dios que nos conoce y está con nosotros en cada momento de nuestras vidas. Es un honor y un privilegio

poder compartir TODO con el mismísimo Dios.


Sin embargo, estamos acostumbrados a que la oración sea vista como la “bala mágica” que usamos como último recurso. Si fuera un eslogan, diríamos: “Cuando todo falla, trata la oración.”


Algunos tratan la oración como una “negociación”. Cuando se encuentran en apuros, su oración es algo así como: “Dios, hoy sí que necesito tu ayuda. Te prometo que, si me sacas de este lío, voy a…” Cuando nos ataca el pánico pensamos que, si le hacemos una gran promesa a Dios, seguramente se va a apiadar de nosotros y nos va a conceder lo que le pedimos.


Otros piensan que Dios está realmente ocupado, por lo que deben luchar para obtener su atención. Esas personas creen que Dios contestará sus oraciones sólo para sacárselos de encima y no escucharlos más.


Todas estas ideas falsas con respecto a la oración presentan una idea también falsa con respecto a Dios. Dios no nos ve como una molestia, sino como sus hijos queridos por los cuales envió a su propio Hijo al mundo, sabiendo que iba a sufrir y morir.


¿Qué es la oración?


La oración es una parte natural de nuestra relación con Dios. Nuestras oraciones pueden ser pensadas, dichas o cantadas. Pero, más allá de la forma que tomen, cada vez que oramos estamos manteniendo una conversación con Dios. Ahora, hablar con Dios

no es lo mismo que llamar o enviar un email o un texto a nuestros familiares o amigos, pues ellos no están con nosotros todo el tiempo, lo que significa que a veces debemos ponernos al día con los últimos acontecimientos de nuestra vida. Pero con Dios no es lo mismo.


Jesús dijo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20b). Dios está siempre con nosotros y conoce nuestro corazón, nuestra mente y nuestra alma. Él sabe todo lo que pensamos, decimos y hacemos. La oración no es una conversación ocasional con Dios, sino un recordatorio constante de la relación eterna que tenemos con él a través de su hijo Jesucristo.


Cuando oramos, entonces, queremos recordar esa sabiduría y conocimiento de Dios. Él es perfecto en todo lo que hace. Recordemos que él ve todo el futuro, por lo que sabe cómo lo que le pedimos va a impactarnos tanto ahora, como más adelante. También sabe cómo esas cosas van a impactar a nuestra familia, nuestros amigos y nuestros prójimos, incluso personas que ni siquiera imaginamos. Es por todo esto que responde a nuestras oraciones dándonos lo que es mejor para todos.


¿Por qué cosas debemos orar?


La respuesta es simple… ¡por todo! Muchas veces en nuestras oraciones le pedimos a Dios por las cosas que no tenemos, y nos olvidamos de todas las cosas que él nos

ha dado. No sólo debemos orar en los momentos difíciles, cuando sufrimos desgracias, enfermedades o contratiempos o cuando tenemos problemas, sino que también debemos orar cuando las cosas nos van bien. Es bueno que le demos gracias a Dios por las

bendiciones que de él recibimos cada día: la vida, los seres queridos, el hogar, el sustento para la vida, el trabajo o estudio, y todo lo demás que llena nuestros días.


Dios siempre nos está cuidando, y hasta sabe cuántos cabellos tenemos en nuestra cabeza. Él espera ansiosamente que le hablemos, que le pidamos lo que necesitamos, que le demos gracias por sus bendiciones y que le alabemos por todo lo que él es para nosotros. Pablo escribió: “Estén siempre alegres, oren sin cesar, den gracias a Dios en toda situación, porque esta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:16-18).



Extracto del folleto La Oración, producido por Para El Camino (Cristo Para Todas Las Naciones).



 

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